Tenía todo controlado. El plan era muy simple: ir hasta Río
Gallegos, hacer noche y, al otro día, partir, a media mañana, para El Calafate.
Pero no pudo ser. El hermano viento empezó a soplar de una manera difícil de
explicar.
Si no lo vivís, si no lo sentís en el cuerpo, nunca vas a entender
lo que es dormirse con esa sensación de que, en cualquier momento, se te vuela
el techo.
Complicado esto de expresar lo que es soportar, durante un
día completo, al viento, desplegando toda su energía a una velocidad superior a
los 130 kilómetros por hora.
Por prevención cerraron la ruta. Lo que me obligó a
permanecer en Río Gallegos, todo el santo día, a la espera de que se pudiera
transitar.
Pensé que, a la tarde, cuando bajara el sol, iba a amainar.
Contra todos los pronósticos, cuando la noche llegó, no paró
ni bajó su intensidad.
Recién, a la madrugada, pude salir.
Ahora estoy aquí, en casa, mirando como el agua de la bahía
que se ha evaporado.
Para mi sorpresa, ya no solo las aves eligen este lugar para
empollar sus huevos y criar sus pichones, sino que, unas yeguas, se han puesto
de acuerdo para traer al mundo a sus potrillos.
Todo está en calma.
El viento ya es historia.
La naturaleza sigue su curso.
Por suerte, pienso, hay cosas que el hombre nunca va a
lograr controlar.
Y dices bien: Por suerte...
ResponderBorrarUn abrazo!!
...Feliz 2011. Nos vemos por los blogs.
ResponderBorrarAbrazos.
que buena calma, que promisorio paisaje, Alberto!
ResponderBorrarque bellos paisajes y momentos promisorios abunden en este año! abrazo!
Por suerte, pienso, hay cosas que el hombre nunca va a lograr controlar.
ResponderBorrarPero sí destruír, en su equivocada y afanosa idea de controlar. Ahora bien: aquello que no destruya se regererará, por fortuna.
Saludos.
:-)
Por suerte, la madre naturaleza aún sigue su curso sin depender del control del hombre...
ResponderBorrarSaludazos!!
Cosas que además, cuánto más intente controlar, más fuerte responderán a la omnipotencia humana... casi como diciendo "acá mando yo"
ResponderBorrar