Vamos a remar un poco, me dice y con eso alcanza. Buscamos los remos, los chalecos y bajamos caminando hacia la bahía redonda,. Allí nos espera nuestro canobote. El día pinta plomizo. No hay viento y eso en si es también una invitación a salir pasear por la bahía. Vamos hacia los caballos, que están pastando en la vega que se forma sobre el borde este, que da sobre el campo de doma. Remamos entre patos, flamencos, coscorobas, cauquenes y otros bichos que eligen este lugar para pasar el verano. Estos son los momentos en lo que me siento más pleno que nunca. En los que, el aproximarme tan amigablemente a la naturaleza, se vuelve una necesidad vital.
Llegué a la escritura motivado por una búsqueda, en principio inconsciente, que se corporizó en mí cuando empecé a tener noción de lo que representaba el haber nacido en un campamento petrolero. Un lugar que, a la vez, era ningún lugar; un hábitat en el que, el único rasgo permanente, estaba conformado por lo provisorio. De hecho, mi permanencia en Cañadón Seco, duró lo que pudo haber durado la convalecencia posparto de mi madre. La imagino a ella llevándome en brazos, en el transporte de Mottino y Acuña, mezclada entre los obreros que regresaban a Caleta Olivia. Apenas unas horas de vida tenía y ya formaba parte de un colectivo. Un colectivo de obreros, llegados de todos lados buscando el amparo de eso que se erguía como una sigla que, en ese tiempo, todo lo podía: YPF. —Nacido en Cañadón Seco —decía cuando me preguntaban— y criado en Caleta Olivia —agregaba en el intento de transmitir alguna certeza acerca de mi origen. Empecé a pensar en esto cuando me vine a vivir ...
Precioso texto y espectacular la foto. bss
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