Vamos a remar un poco, me dice y con eso alcanza. Buscamos los remos, los chalecos y bajamos caminando hacia la bahía redonda,. Allí nos espera nuestro canobote. El día pinta plomizo. No hay viento y eso en si es también una invitación a salir pasear por la bahía. Vamos hacia los caballos, que están pastando en la vega que se forma sobre el borde este, que da sobre el campo de doma. Remamos entre patos, flamencos, coscorobas, cauquenes y otros bichos que eligen este lugar para pasar el verano. Estos son los momentos en lo que me siento más pleno que nunca. En los que, el aproximarme tan amigablemente a la naturaleza, se vuelve una necesidad vital.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
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Zafar
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Precioso texto y espectacular la foto. bss
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