El sol parecía negarse a aparecer. Hacía mucho frío. Hubiera
querido quedarse un poco más entre las sábanas.
Estamos en mayo, los días se acortan y –entre el frio y la
falta de sol- a más de uno le dan ganas de estirar un poco el descanso.
Afuera, todo está calmo. Los perros esperan en su refugio a
que la casa despierte.
Solo queda una jornada más de trabajo y ya podrá irse.
Fueron cuatro días de dura faena. Juntar las vacas y
llevarlas hasta el potrero, para trabajar con ellas implicó todo un esfuerzo.
Lo más complicado fue meterse en esa vega que bordea el río.
Andar a tientas, sin saber en qué momento se hundiría entre las bardas, con
caballo y todo.
Cabalgar, entre esas soledades, es lo que más disfruta. Sin
espacio ni tiempo. De vez en cuando, respirar fuerte para espantar la
nostalgia. Para no dejar que ese vacío que siente, se llene de recuerdos. Para
centrarse y no perder la chaveta, como dicen en el pueblo.
Es ese el único esfuerzo que se le exige. Lo demás, parece
ya programado. Su caballo, recorre esas extensiones sin frontera y regresa al
casco de la estancia, como en piloto automático.
—Y pensar que mi patrón, con tremendo GPS en su camioneta,
más de una vez se ha confundido de huella y ha terminado dando vueltas, sin
sentido, por el campo — piensa.
Está orgulloso de su caballo, como lo está también de sus
perros. Cuando está solo con ellos, se siente como un rey. Los animales lo
hacen todo bien. Y él, como buen monarca, les corresponde también como debe
ser. Buen alimento, un buen refugio, nunca exigirles más de lo que pueden dar. Se
siente querido por ellos. Son en el campo una compañía privilegiada.
Me han gustado esos animales fieles y que son buena compañía en ese texto...bss
ResponderBorrary respirar bien fuerte.
ResponderBorrarqué buen pintor de gente de campo sos!
siempre me quedo mirando lo que pintas con tus letras.
un abrazo!
Habrá que acostumbrarse a incorporar las nuevas tecnologías a los relatos. ¡Qué raro se me hace leches!
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