Cuando me cruzo con la garza bruja, no puedo evitar preguntarme, cuánto tendrá de garza y cuánto de bruja. Cuando está quieta, camuflada entre los arbusto que crecen en la costa de la bahía y me mira, desafiante e inmutable, veo en ella la bruja, que me vuelve vulnerable y que puede sortear cualquier defensa que haya construido, incluso, atravesar mis sueños más inquietantes. Cuando levanta vuelo, veo más a la garza. Y creo ver también como el hechizo de sus alas se despliega inocente. No sé cuál de ellas, si la garza o la bruja, hace que imagine cosas que no son para contar en este momento.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
sábado, abril 11, 2015
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