Dice que en el establecimiento hay que respetar el uniforme.
Que, si no lo hace, no se le va a permitir el ingreso. Que no está dispuesto a
tolerar este tipo de situaciones que promueven el desorden y que fomentan la
desobediencia entre el alumnado. Lo dice y no lo mira a la cara. Mira el
escritorio en el que tiene desplegado un sinnúmero de carpetas. El alumno si lo
mira. Lo hace de manera desinteresada. Lo mira y piensa en cómo será verse
uniforme. En dejar que su singularidad se diluya y se vuelva uno más en eso que
asemeja a una tropa. El rector sigue con su perorata. Dice que si no cumple con
las normas puede quedar libre. El alumno, mientras tanto, sigue pensando. Está
en otro lado pero vuelve. Le gustó esa opción que le ofrece el sistema. O trae
uniforme o queda libre. No duda. Agradece haber nacido en un país en el que se
puede optar, entre ser uniforme, o quedar libre.
Cuando miro las fotos de los frigoríficos —ese primer intento de desarrollo industrial, que surgió como complemento del oro blanco que representó la lana ovina—, no me pregunto por qué dejaron de funcionar, porque eso tiene relación con factores externos a nosotros. Lo que me provoca —el entrecruzamiento de fotos de “ estas ruinas, impregnadas de la temporalidad” (1) , que reflejan un momento de la ocupación capitalista del territorio—, es pensar en cómo, el abordaje del pasado, puede ayudarnos a entramar los hilos de un futuro que no deja de ser incierto. ¿Son estas fotos un espejo en el que nos podemos mirar para empezar a reconocernos? Ahí se me aparece, Florida Blanca, ese asentamiento español, que -cuando deciden abandonarlo- lo prenden fuego. Imagino al aónikenk observando esa escena. Ellos que eran nómades por naturaleza, que más tarde sucumbieron frente al proceso de colonización de la tierra, tratando de entender, el porqué de esa destrucción. Pienso tambien en los ...
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