No pienso decir lo que pienso. Elijo el silencio. No creo que sea el momento. Y, si existiera un momento, no quiero
encontrarlo. Me muerdo los labios y aguanto. Elijo esperar. Darle al decir, de
tantas cosas sin sentido, un descanso. Hacerlo voluntariamente sin necesidad de
que nadie me tape la boca. No sé bien porqué lo hago. Cuando lo pienso un poco,
una duda revolotea por mi cabeza, tentadora y deseosa de quebrar mi voluntad.
Pero no lo hace, me deja así. Se cansa y se va a sembrar la duda a otro lado.
Yo la dejo ir. Ya volverá, me digo y me quedo, solito, pensando.
Llegué a la escritura motivado por una búsqueda, en principio inconsciente, que se corporizó en mí cuando empecé a tener noción de lo que representaba el haber nacido en un campamento petrolero. Un lugar que, a la vez, era ningún lugar; un hábitat en el que, el único rasgo permanente, estaba conformado por lo provisorio. De hecho, mi permanencia en Cañadón Seco, duró lo que pudo haber durado la convalecencia posparto de mi madre. La imagino a ella llevándome en brazos, en el transporte de Mottino y Acuña, mezclada entre los obreros que regresaban a Caleta Olivia. Apenas unas horas de vida tenía y ya formaba parte de un colectivo. Un colectivo de obreros, llegados de todos lados buscando el amparo de eso que se erguía como una sigla que, en ese tiempo, todo lo podía: YPF. —Nacido en Cañadón Seco —decía cuando me preguntaban— y criado en Caleta Olivia —agregaba en el intento de transmitir alguna certeza acerca de mi origen. Empecé a pensar en esto cuando me vine a vivir ...
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