Hay angustias merecidas, pensé alguna vez, como la que sentí ese día en el que, subidos a su planta de damascos, nos sorprendió el vecino y nos amenazó con acusarnos con nuestro padre, a la noche, cuando este regresara del trabajo. El vecino nunca apareció. Tal vez lo haya dicho sólo para asustarnos. Pero en ese momento no sabíamos eso. El día se hizo largo. Recuerdo que me la pasé encerrado en mi habitación. Sufriendo, anticipadamente, por el castigo que mi padre nos propinaría. El temor se disipó no bien se apagaron las luces de la casa y todos nos fuimos a dormir. La angustia duró un poco más. Cada vez que alguien golpeaba la puerta de casa imaginaba que era mi vecino el que aparecería.
Escribir un rezo para un Dios inexistente Inventarme un Dios al cual rezarle sin fe Encontrar una fe que no esté presa de una religión Profesar una religión en la que no haga falta rezar para huirle a la angustia que me acompaña desde que no estás
Un chico que carga toda la culpa del planeta. Hay que liberarlo ya.
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