Es temprano. En la posada nos registran y decidimos aprovechar la mañana. Seguimos hacia el Lago del desierto. Nuestra primera parada es para apreciar el Chorrillo del salto. Un cascada que despliega toda su magia y encanto en medio del bosque. Subo por un sendero y me ubico a un costado. Se respira emoción. Una brisa me envuelve y va de a poco como transportándome a otra dimensión. Me dejo llevar por la sensación. El sonido de las cascadas y el que hacen las olas del mar cuando se deslizan entre las piedras son los que mi oído registra como más placenteros, podría pasar horas en esta situación.
Estaba sentado en la confitería de la terminal. Lo reconocí, aunque no había leído hasta ese momento ninguno de sus libros. Era Peña, el escritor, Héctor Rodolfo “Lobo” Peña. Había escuchado hablar de él, de sus premios y de la Trágica gaviota patagónica, su libro más mentado. Nos saludamos con un ligero movimiento de cabeza y, sin decir nada, seguí con mis cosas. Pasaron más de veinte años de ese momento. Peña ya no está entre nosotros. A mí me quedó la imagen solitaria, como ensimismada, de él, sentado en la confitería; y me quedaron sus libros, los que, a medida que fui leyendo, fueron incrementando mi entusiasmo por su producción literaria. Incursionó en todos los géneros y en todos lo hizo con la misma vocación: la de ser fiel a su estilo. Los pájaros del lago fue el primero que leí. La trama tiene todos los condimentos de thriller. La historia me atrapó desde la primera página. Ambientada en la zona del Lago Argentino, los personajes y los lugares en los que acontecían los he...
Comentarios
Publicar un comentario