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Colita se salvó

Reconozco que el nombre no es muy original. La llamábamos Colita porque movía mucho la cola. Pelo blanco, manchas doradas en todo el cuerpo, muy juguetona. Yo estaba en el patio de mi casa con uno de mis hermanos; queríamos convencer a la perra de que se quedara en la pose que finalmente pudimos fotografiar. La verdad es que esa posición no era muy natural en ella. Sólo levantaba las patitas de esa forma cuando estaba muy relajada, casi dormida, o a la espera de caricias. Cuando se ponía así nos encantaba. Pero ese día se resistió más que costumbre. La acostamos muchas veces, con esa obstinación que se tiene sólo a los seis años; pero ella doblaba sus patitas apenas unos segundos y enseguida volvía a pararse. Seguimos así, haciendo gestos absurdos, casi rogándole que obedeciera. Pero no hubo caso. Hasta que por fin aceptó como entendiendo lo que queríamos de ella. En realidad Colita se daba cuenta de todo lo que pasaba en la casa. Esa mirada tan dulce que se ve en la foto es la misma que tuvo siempre desde que Beto, mi hermano mayor, la trajo a casa escondida bajo su abrigo. Él trabajaba en un hospital del que salvó a Colita del laboratorio en donde, seguramente, iba a ser objeto de experimentos. Después, cuando se hizo grande, siempre nos defendía. Un día, en plena dictadura, entraron militares a casa buscando a Beto y ella –chiquita pero guardiana- no dejó de ladrar ni un segundo. Los tipos decían que si no la callábamos nosotros lo iban a hacer ellos. En un momento sentimos algo así como un disparo y, después, se produjo un espantoso silencio. Pensamos que la habían matado. Pero no. Ella se salvó. El que no se salvó fue mi hermano.
Enrique Casanovas tiene 35 años. Es vendedor.

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