Ya en su casa, preparó un café que nunca llegaron a tomar. Él decía que no había una ola igual a otra, que en el sonido del agua deslizándose entre las piedras, uno podía percibir una de las composiciones más hermosas que el oído humano hubiera escuchado jamás. Que había probado estar una hora escuchando y después dos, y tres y cuatro, hasta seis horas sin que se repita una nota igual. Que el director de esa gran obra, era seguramente alguien muy sensible, para construir esa armonía musical con agua y piedras.
Cuando miro las fotos de los frigoríficos —ese primer intento de desarrollo industrial, que surgió como complemento del oro blanco que representó la lana ovina—, no me pregunto por qué dejaron de funcionar, porque eso tiene relación con factores externos a nosotros. Lo que me provoca —el entrecruzamiento de fotos de “ estas ruinas, impregnadas de la temporalidad” (1) , que reflejan un momento de la ocupación capitalista del territorio—, es pensar en cómo, el abordaje del pasado, puede ayudarnos a entramar los hilos de un futuro que no deja de ser incierto. ¿Son estas fotos un espejo en el que nos podemos mirar para empezar a reconocernos? Ahí se me aparece, Florida Blanca, ese asentamiento español, que -cuando deciden abandonarlo- lo prenden fuego. Imagino al aónikenk observando esa escena. Ellos que eran nómades por naturaleza, que más tarde sucumbieron frente al proceso de colonización de la tierra, tratando de entender, el porqué de esa destrucción. Pienso tambien en los ...
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