Llegó apurada al aeropuerto. La empleada de la aerolíneas le
puso mala cara. Solo equipaje de mano, aclaró y le pasó su documento de
identidad. 13C y ya están embarcando por puerta siete dijo la empleada, como recordándole
que había llegado tarde. Apuró el paso y escucho que por el altavoz la nombraban.
Subió al avión y caminó hasta su lugar. Le costó acomodar el bolso de mano en
portaequipaje, pero pudo hacerlo. Hola ma, me voy unos días afuera, cuando
vuelva te llamo, todo bien, escribió en un mensaje de texto, lo envió y apagó
el teléfono. Abrió la cartera y revisó
de nuevo al vouchert del hotel. No había sido complicado hacerlo. Apenas tuvo
la confirmación del destino que ese hombre buscaba, mientras emitía los boletos
y confirmaba el hotel para él, -casi simultáneamente- confirmo su pasaje y su
alojamiento, en el mismo vuelo y en el mismo hotel. Sentado en la butaca sobre
ventanilla, un hombre de unos cuarenta años, leía un libro. Y si es este,
pensó, no, no creo, sería demasiada casualidad. Levantó la vista y vio a muchos
hombres más que parecían viajar solos. Tengo que estar tranquila, se dijo para
si misma -mientras el avión comenzaba a moverse en la pista- no estoy huyendo
de nada, ni de nadie, solo estoy tratando de cumplir con ese deseo que siempre
albergué, eso que me mantuvo de pie hasta en los momentos más complicados, eso
que me pide, me suplica y incluso a veces me exige, decidirme a salir a ver si
me puedo encontrar de una vez por todas en esta existencia. No alcanzó a
escuchar las indicaciones de seguridad de la azafata y se durmió profundamente.
Llegué a la escritura motivado por una búsqueda, en principio inconsciente, que se corporizó en mí cuando empecé a tener noción de lo que representaba el haber nacido en un campamento petrolero. Un lugar que, a la vez, era ningún lugar; un hábitat en el que, el único rasgo permanente, estaba conformado por lo provisorio. De hecho, mi permanencia en Cañadón Seco, duró lo que pudo haber durado la convalecencia posparto de mi madre. La imagino a ella llevándome en brazos, en el transporte de Mottino y Acuña, mezclada entre los obreros que regresaban a Caleta Olivia. Apenas unas horas de vida tenía y ya formaba parte de un colectivo. Un colectivo de obreros, llegados de todos lados buscando el amparo de eso que se erguía como una sigla que, en ese tiempo, todo lo podía: YPF. —Nacido en Cañadón Seco —decía cuando me preguntaban— y criado en Caleta Olivia —agregaba en el intento de transmitir alguna certeza acerca de mi origen. Empecé a pensar en esto cuando me vine a vivir ...
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