Encendió la computadora, abrió el correo de la agencia:
treinta y dos consultas. ¿Cómo hace la gente para vivir viajando? se preguntó.
Cuando más complicado estaba todo, más se incrementaban las consultas. Viajes
cortos, aprovechar el feriado, promos de algún destino exótico, cualquier cosa
y su bandeja de mails se llenaba de consultas. Escaparse, eso era lo que la
gente hacía. Escapada, tal vez era eso lo que ella estaba necesitando. ¿Huir?
No, no era eso lo que quería o por lo menos lo que creía querer. Suena el teléfono.
Clarita le pasa una llamada. Atiende. La voz no le dice nada. Otra de esas
tantas consultas telefónicas que casi siempre quedan en nada. ¿Alguna promoción
single? Si, tenemos varias alternativas, dice, mientras se acomoda el pelo,
como si el del otro lado del teléfono pudieran verla o como si estuviera en una
videoconferencia. ¿Aceptan tarjeta? Si, dice, trabajamos con todas las tarjetas
y su voz ahora suena como endulzada, con un ritmo más lento, como si estuviera –en
un encuentro íntimo- confesando un oscuro secreto. Puede reservar on line o si
gusta puede pasar por nuestras oficinas, agrega y por su mente pasa la imagen
de ese desconocido acercándose lentamente a su escritorio.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
lunes, octubre 01, 2012
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