—No te olvides de salir —dijo, en un tono que sonó a sentencia—. No podes vivir encerrado leyendo. El mundo no está en los libros, el mundo está afuera y el afuera te exige salir —insistió. Pensé en contarle de un hermoso viaje que había hecho leyendo una novela de la Restrepo. Decirle que leyendo un libro había estado en otro país, conociendo otros paisajes y otras gentes, que ella –en su afán de andar afuera- jamás conocería. Pero, al verla tan entusiasmada con su propuesta, desistí de hacerlo. Preparé el termo, la mochila –metí dos libros sin que se diera cuenta- y la seguí.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña