Ahora estoy bien, me dice, me estoy recuperando, puedo hacer
lo que quiero, atenderme a mí. De tanto cuidarlo a él me estaba yendo también yo.
Ahora siento que volví. Comer lo que me gusta. Salir a caminar. Mirar el sol
que a veces se asoma en medio de la tormenta.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
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Zafar
-Cuántas veces te lo tengo que decir, -dijo zamarreándolo de la remera- no quiero verte más en esa esquina jugando con esos atorrantes, que ...
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Por amor, o por deber, nos postergamos con el riesgo de apagarnos. Deberíamos tomar ejemplo de las recomendaciones en los aviones que aconsejan ponerse la mascarilla de oxígeno antes de ponérsela a quien está a nuestro cuidado.
ResponderBorrarUn abrazo
Que bueno el ejemplo de Alis! Así debiera ser.
ResponderBorrarAbrazo