No te olvides de salir, dijo, en un tono que sonó a
sentencia. No podes vivir encerrado leyendo. El mundo no está en los libros, el
mundo está afuera y el afuera te exige salir, insistió. Pensé en contarle de un
hermoso viaje que había hecho leyendo una novela de la Restrepo, que había
estado en otro país, con otros paisajes y otras gentes, que ella –en su afán de
andar afuera- jamás conocería, pero desistí de hacerlo. Preparé el termo, la
mochila –metí dos libros sin que se diera cuenta- y la seguí.
Llegué a la escritura motivado por una búsqueda, en principio inconsciente, que se corporizó en mí cuando empecé a tener noción de lo que representaba el haber nacido en un campamento petrolero. Un lugar que, a la vez, era ningún lugar; un hábitat en el que, el único rasgo permanente, estaba conformado por lo provisorio. De hecho, mi permanencia en Cañadón Seco, duró lo que pudo haber durado la convalecencia posparto de mi madre. La imagino a ella llevándome en brazos, en el transporte de Mottino y Acuña, mezclada entre los obreros que regresaban a Caleta Olivia. Apenas unas horas de vida tenía y ya formaba parte de un colectivo. Un colectivo de obreros, llegados de todos lados buscando el amparo de eso que se erguía como una sigla que, en ese tiempo, todo lo podía: YPF. —Nacido en Cañadón Seco —decía cuando me preguntaban— y criado en Caleta Olivia —agregaba en el intento de transmitir alguna certeza acerca de mi origen. Empecé a pensar en esto cuando me vine a vivir ...
Son distintos modos de viajar. Ninguno de ellos puede sustituir al otro, pero sí pueden complementarse.
ResponderBorrarUn abrazo