-Nos queda la esperanza de un pasado que ronda en nuestros
sueños alimentando ilusiones de un tiempo que vendrá. No como un regalo ni una dádiva
del colonizador. No. Hay en cada gesto que reconstruimos un símbolo de lo que
fuimos. Deben saber que no nos resignamos. Que estamos más allá de lo que ninguno
de ustedes pueda imaginar-, dijo, mientras observaba atento y ceremonioso como
el Inca arengaba desde la escalera dando muestras de una autoridad y presencia
que imponía –con naturalidad- un respeto y una consideración que pocas veces he
visto.
Cuando miro las fotos de los frigoríficos —ese primer intento de desarrollo industrial, que surgió como complemento del oro blanco que representó la lana ovina—, no me pregunto por qué dejaron de funcionar, porque eso tiene relación con factores externos a nosotros. Lo que me provoca —el entrecruzamiento de fotos de “ estas ruinas, impregnadas de la temporalidad” (1) , que reflejan un momento de la ocupación capitalista del territorio—, es pensar en cómo, el abordaje del pasado, puede ayudarnos a entramar los hilos de un futuro que no deja de ser incierto. ¿Son estas fotos un espejo en el que nos podemos mirar para empezar a reconocernos? Ahí se me aparece, Florida Blanca, ese asentamiento español, que -cuando deciden abandonarlo- lo prenden fuego. Imagino al aónikenk observando esa escena. Ellos que eran nómades por naturaleza, que más tarde sucumbieron frente al proceso de colonización de la tierra, tratando de entender, el porqué de esa destrucción. Pienso tambien en los ...
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