-Nos queda la esperanza de un pasado que ronda en nuestros
sueños alimentando ilusiones de un tiempo que vendrá. No como un regalo ni una dádiva
del colonizador. No. Hay en cada gesto que reconstruimos un símbolo de lo que
fuimos. Deben saber que no nos resignamos. Que estamos más allá de lo que ninguno
de ustedes pueda imaginar-, dijo, mientras observaba atento y ceremonioso como
el Inca arengaba desde la escalera dando muestras de una autoridad y presencia
que imponía –con naturalidad- un respeto y una consideración que pocas veces he
visto.
Llegué a la escritura motivado por una búsqueda, en principio inconsciente, que se corporizó en mí cuando empecé a tener noción de lo que representaba el haber nacido en un campamento petrolero. Un lugar que, a la vez, era ningún lugar; un hábitat en el que, el único rasgo permanente, estaba conformado por lo provisorio. De hecho, mi permanencia en Cañadón Seco, duró lo que pudo haber durado la convalecencia posparto de mi madre. La imagino a ella llevándome en brazos, en el transporte de Mottino y Acuña, mezclada entre los obreros que regresaban a Caleta Olivia. Apenas unas horas de vida tenía y ya formaba parte de un colectivo. Un colectivo de obreros, llegados de todos lados buscando el amparo de eso que se erguía como una sigla que, en ese tiempo, todo lo podía: YPF. —Nacido en Cañadón Seco —decía cuando me preguntaban— y criado en Caleta Olivia —agregaba en el intento de transmitir alguna certeza acerca de mi origen. Empecé a pensar en esto cuando me vine a vivir ...
Comentarios
Publicar un comentario