Fui, contento, gran parte del recorrido. Disfruté cada una de
las situaciones que se me presentaron como si fueran realmente irrepetibles.
Por momentos me confundí entre esa multitud bulliciosa que miraba para otro
lado. Aprovechando el jolgorio y el descontrol en el que todos parecían
sumergidos, traté de soltarme, de dejarme caer, pero no pude. Estoy condenado,
pensé. La realidad es un juego en el que me ha tocado en suerte ser un juguete.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
martes, octubre 21, 2014
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