Fui, contento, gran parte del recorrido. Disfruté cada una de
las situaciones que se me presentaron como si fueran realmente irrepetibles.
Por momentos me confundí entre esa multitud bulliciosa que miraba para otro
lado. Aprovechando el jolgorio y el descontrol en el que todos parecían
sumergidos, traté de soltarme, de dejarme caer, pero no pude. Estoy condenado,
pensé. La realidad es un juego en el que me ha tocado en suerte ser un juguete.
Cuando miro las fotos de los frigoríficos —ese primer intento de desarrollo industrial, que surgió como complemento del oro blanco que representó la lana ovina—, no me pregunto por qué dejaron de funcionar, porque eso tiene relación con factores externos a nosotros. Lo que me provoca —el entrecruzamiento de fotos de “ estas ruinas, impregnadas de la temporalidad” (1) , que reflejan un momento de la ocupación capitalista del territorio—, es pensar en cómo, el abordaje del pasado, puede ayudarnos a entramar los hilos de un futuro que no deja de ser incierto. ¿Son estas fotos un espejo en el que nos podemos mirar para empezar a reconocernos? Ahí se me aparece, Florida Blanca, ese asentamiento español, que -cuando deciden abandonarlo- lo prenden fuego. Imagino al aónikenk observando esa escena. Ellos que eran nómades por naturaleza, que más tarde sucumbieron frente al proceso de colonización de la tierra, tratando de entender, el porqué de esa destrucción. Pienso tambien en los ...
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