Desconectados. En una misma fiesta pero desconectados.
Centrados en nosotros mismos. Cada uno en su mundo. Así andamos. Por carriles
separados. Tan separados que no hay manera de encontrarse o, lo que parece peor,
no hay siquiera necesidad de esquivar al otro. Y en ese andar, aunque resulte terrorífico,
vamos felices, despreocupados, seguros, como si hubiera un destino.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
lunes, octubre 20, 2014
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