Debe ser por eso que insiste en volver a esta playa, a esperar que suba la marea, a recostarse y cerrar los ojos y sentir las olas que rompen muy cerca de él y luego percibir ese deslizarse del agua en retroceso. A veces suele aparecer con las zapatillas mojadas, incluso con los pantalones salpicados con agua, porque se ha descuidado o el mar lo ha tomado por sorpresa o simplemente se ha dejado acariciar por una de esas tantas olas que insisten en venir hacia él.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
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...y dejar que el agua se te meta entre los dedos...y disfrutar el retorno de la ola acaricíandote los talones. Es uno de mis placeres.... Muy lindo!
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