En gran parte de mi existencia, el poder mirar fue más que importante.
Ver para creer era la consigna y se respetaba a rajatabla. Por razones que
desconozco, mi vista comenzó a menguar y entonces, el olfato empezó a ser
importante. Te podía respirar en la distancia y saber –sin que medie
explicación alguna- cuando algo olía mal. Últimamente, estoy como más
sensorial. Puedo percibir si hay onda o no. Ya no necesito fijar la vista, ni
aspirar profundamente, solo dejarte venir, y dejar que ese sensor que anida en mí
interior, avise, si puedo contar con vos o si debo cuidarme de vos.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
martes, febrero 05, 2013
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