En gran parte de mi existencia, el poder mirar fue más que importante.
Ver para creer era la consigna y se respetaba a rajatabla. Por razones que
desconozco, mi vista comenzó a menguar y entonces, el olfato empezó a ser
importante. Te podía respirar en la distancia y saber –sin que medie
explicación alguna- cuando algo olía mal. Últimamente, estoy como más
sensorial. Puedo percibir si hay onda o no. Ya no necesito fijar la vista, ni
aspirar profundamente, solo dejarte venir, y dejar que ese sensor que anida en mí
interior, avise, si puedo contar con vos o si debo cuidarme de vos.
Llegué a la escritura motivado por una búsqueda, en principio inconsciente, que se corporizó en mí cuando empecé a tener noción de lo que representaba el haber nacido en un campamento petrolero. Un lugar que, a la vez, era ningún lugar; un hábitat en el que, el único rasgo permanente, estaba conformado por lo provisorio. De hecho, mi permanencia en Cañadón Seco, duró lo que pudo haber durado la convalecencia posparto de mi madre. La imagino a ella llevándome en brazos, en el transporte de Mottino y Acuña, mezclada entre los obreros que regresaban a Caleta Olivia. Apenas unas horas de vida tenía y ya formaba parte de un colectivo. Un colectivo de obreros, llegados de todos lados buscando el amparo de eso que se erguía como una sigla que, en ese tiempo, todo lo podía: YPF. —Nacido en Cañadón Seco —decía cuando me preguntaban— y criado en Caleta Olivia —agregaba en el intento de transmitir alguna certeza acerca de mi origen. Empecé a pensar en esto cuando me vine a vivir ...
Todo cambia! un beso
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