Cuando siento que ya no me queda lugar en tierra firme, salgo a remar. Es como huir de esa multitud de almas que se han puesto de acuerdo para llegar todas juntas y ocupar cada centímetro de esta bendita ciudad. Y a los deseos de que se sientan bien, a las ganas de atenderlos, se le suman esos sentimientos contradictorios de quien se siente extraño en su lugar. Y es ahí, cuando aparecen esas ganas de recuperar soledad, esa nostalgia por ese tiempo que ya fue y que irremediablemente no volverá.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
lunes, febrero 25, 2013
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