Ya no marcho para cambiar el mundo tampoco para que el mundo no me cambie a mí el mundo se ha desentendido de mí. En la calle, marcho pensando que, una soledad acompañada, es menos soledad. Frente al vacío que se impone en este tiempo esa es la forma que elijo para reexistir
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña