No hay trinchera en la que puedas quedarte para siempre. En el algún momento vas a tener que asomar la cabeza y decidirte a -entre tantos frentes- dar la batalla. Salir y enfrentarte con eso que amenaza con llevarte puesto. Exponer tu humanidad a lo que venga. Ilusionarte. Imaginar que esa insignificante lucha en la que te has embarcado tiene un sentido. Sentir que vale la pena dar todo lo que estás dando, aunque en el fondo sepas que la guerra está perdida.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
miércoles, enero 01, 2025
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