Cuando deje de volar por necesidad y comience a volar por
placer, seguro que se van a dar cuenta. Cuando deje de volar y decida a
permanecer en este lugar, decidido a soportar en soledad la intemperie del que
deja la bandada, seguro que nada ni nadie se conmoverá.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
viernes, septiembre 13, 2013
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Zafar
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Por alguna razón, a los demás siempre les incomoda más el placer de sus semejantes que su dolor. Debe de ser eso que llaman envidia.
ResponderBorrarUn abrazo
siempre conmueven las ausencias, sobre todo la de los que no pertenecen a la bandada, Juan Salvador.
ResponderBorrary por eso te mencioné en mi blog! pase y vea.
un abrazo