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Mostrando las entradas de marzo, 2025

Letras Santacruceñas

          Alejándonos de estas islas para continuar nuestra ruta, alcanzamos a los 49°30’ de latitud sur, donde encontramos un buen puerto; y como ya se aproximaba el invierno, juzgamos conveniente pasar ahí el mal tiempo , escribe Pigafetta, en su bitácora de viaje, un 1° de abril de 1520, frente a la costa de Puerto San Julían. Al hacerlo, esboza lo que se reconoce como el primer escrito, en proximidades del territorio que más tarde será la Provincia de Santa Cruz, y establece una fecha de referencia que se adoptará como el “Día de las Letras Santacruceñas”. Discutible, la fecha. Era, hasta la imposición del 4 de agosto como Día del Escritor Santacruceño, la única que aparecía en nuestro calendario, como excusa ineludible para que nuestros escritores y su producción literaria, dispongan de un momento de encuentro, se compartan lecturas, se recuerde a algún escritor desaparecido, o simplemente se haga una mínima pausa para reflexionar acerca de que se trata...

“Mí burbuja ambiental” prólogo

  Seguir naciendo – Alberto Chaile Nuno Mancilla nos entrega en “Mí burbuja ambiental” un conjunto de relatos en el que nos brinda a los lectores la oportunidad de viajar a un pasado no tan lejano para conocer el mundo en el que nació, creció y en el que vivió toda una infancia. Y lo que podría ser una historia más de vida, adquiere, gracias a la vocación narradora de Nuno, un especial significado, no sólo por el lugar en el que se desarrollan los hechos, sino, y fundamentalmente, por la presencia de esos hombres y mujeres, cuyas vidas, como jirones de historias, van apareciendo, capítulo tras capítulo en un derrotero que resulta inquietante y atractivo a la vez. De a poco fui interpretando lo que ayer fue una incógnita, dice el autor en uno de sus prólogos, y despliega todo el compromiso de quien, como si hubiera recibido un mandato, siente la responsabilidad de traer al presente ese pasado que parece distante (y para muchos, tal vez, increíble) para dejarnos un testimonio ...

Confesión

Estábamos en la parroquia del barrio. Con Esteban íbamos juntos a catequesis. Después nos quedábamos ordenando el salón. Los domingos hacíamos de monaguillos. El cura nos tenía mucho aprecio. Nos movíamos en ese ámbito con absoluta confianza. Ese día, como todos los sábados, mi madre dio la catequesis y se marchó, algo apurada, a casa, a preparar el almuerzo, porque venían mis abuelos a visitarnos. Nos pusimos a ordenar. Apilamos las sillas y las mesas contra la pared. Cuando fuimos a barrer, no encontramos el escobillón. —Debe estar en la oficina del cura —dije Esteban me miró y recordó, no sin resignación, que a ese lugar no podíamos entrar. Siempre estaba cerrado y la única llave la tenía el cura. Conocía el lugar. Después de la misa solía ir a dejar el resultado de la colecta de limosna. Fuera de eso, nunca me había llamado la atención. Los sábados, el cura no iba. Mi madre abría la capilla y pasábamos derecho al salón para la catequesis. Cuando agarré el picaporte y lo...

¡Eh! Yatel, tomate otra ginebrita, paisano

Aprendí, de muy chico, a respetar al alcohol. Me gusta acompañar la cena con una copa de vino. Pero es muy raro que me exceda. De las otras bebidas, por ahí, una medida de wiski, puedo beber. No hay espectáculo más grotesco y triste que ver a un ser humano emborrachado.   —¡Eh! Yatel, tomate otra ginebrita, paisano —dice el cantor de la Patagonia en una de sus composiciones más famosas. La frase resuena en mi cabeza. Tenía once años cuando tomé ginebra y probé el amargo gusto de una borrachera. En mi casa, en un mueble grande que teníamos en el comedor, mi madre guardaba anís, ginebra y un licor de menta que, no sé si por su color o por su aroma, a mí me llamaba mucho la atención. De todas las bebidas, esta era la que más me intrigaba. Pero nunca me había animado a probar. En cambio, en la casa de mi amigo Hernán, nunca faltaba el vino. A veces podía faltar el pan para acompañar la magra sopa que su madre preparaba, pero la jarra con vino no. El padre de Hernán, como en una c...

Incierto

 todo estaba quieto no soplaba el viento   desperté desorientado de un sueño triste   un silencio frío como de quirófano lo aplacaba todo   respiré profundo   sentí mi cuerpo etéreo como un sacramento   no corría el tiempo tal vez era el futuro que intuía incierto

Miedo

De vez en cuando, la tierra que habito tiembla El sacudón dura unos segundos El miedo a que todo se venga abajo queda, para siempre como una cicatriz que me recuerda la fragilidad de mi existencia