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A propósito de Laberinto - Santa Cruz y los mitos


Leí -por ahí- que un laberinto es un lugar formado por calles y encrucijadas, intencionadamente complejo para confundir a quien se adentre en él. Lo de intencionadamente complejo para confundir fue lo que más llamó mí atención.  Más aún cuando el territorio sobre cual me adentré –imaginariamente- para construir el texto, es el de nuestra provincia.

En esa línea de reflexión, lo primero que me pregunté fue: ¿será nuestra geografía social una invitación a perderse, a realizar un recorrido distinto al que haría cualquier buen vecino, haría en otro lugar, sin sentir que, en dicho recorrido, lo que prima es la confusión, el desorden y el caos?

Ilya Prigogine, el nobel de química, nos propone ver el caos como la búsqueda de un nuevo orden.

Pensado así, sí estamos convencidos de que el orden vigente es injusto o no nos satisface, la búsqueda de un nuevo orden pasaría a ser casi una obligación. El caos ya no sería un problema, sino el precio que lógicamente deberíamos pagar por esa búsqueda. 

Otro que reflexiona, en Ensayo sobre la ceguera, acerca del caos, es José Saramago. Allí, uno de sus personajes asevera que el caos es un orden por descifrar. Visto desde esta perspectiva, el problema no sería el caos, sino nuestra incapacidad de entender o de ubicarnos en él.

Trabajar un texto de ficción amarrado a la realidad, hizo que me preguntara cuánto influye la política de este tiempo en el destino de nuestras comunidades.

Y a pensar también, sí la literatura, como expresión artística, podría ayudarnos a entender mejor el cómo nos relacionamos con el acontecer colectivo de nuestra existencia.

Muchas veces repetí esa frase que sentenciaba que la política era el arte de lo posible.

Hoy me pregunto: ¿será el arte, como expresión cultural, la política de lo imposible?

Cuando empecé a escribir esta novela sobre Santa Cruz, sin darme cuenta, fui encerrándome, literalmente, en un laberinto.

Un laberinto en el que los personajes transitan un futuro no muy lejano, en tiempo presente. Y a medida que escribía, fui imaginando a ese futuro, no ya como una construcción innovadora, sino como un triste eco del pasado.

Tengo claro que ello no nos justifica como presente. Pero es evidente, que –de alguna manera- los acontecimientos del pasado, siguen guiando o trazando las coordenadas de nuestro devenir histórico.

Así aparecen, en el texto, la tragedia, la rebelión, la intervención, la identidad, el desarraigo.

Y aparece un nuevo interrogante:

¿Puede que nuestra sociedad, para sobrevivirse, haya construido mitos que condicionan nuestro presente y que nos guían inexorablemente hacia destinos anclados en el pasado?

El mito es un organizador de esperanzas y miedos humanos cuya poética persiste a través de los cambios históricos, sociales, políticos, culturales. (1)

El mito del territorio a conquistar

Vivimos en un territorio mayormente virgen, con vastas extensiones deshabitadas, de gran variedad paisajística y fuertes contrastes climáticos.

Un lugar aislado del mundo.

Así nos vieron, e incluso, nos siguen viendo en otras latitudes del planeta.

Ello ha sido tal vez, el principal motivador que alimentó el deseo de conquistarnos.

¿Seguirá siendo la Patagonia, y en particular Santa Cruz, una tentación para los aventureros, un desierto que debe poblarse, un territorio signado por la conquista?

“Acá estamos, haciendo patria”

¿Quién no ha escuchado o repetido esa frase buscando enaltecer o explicar su presencia por estos lados?

Magallanes encontró, en las costas santacruceñas, refugio para pasar el invierno. Darwin vio un desierto. Don Bosco la soñó como el destino de su tarea evangelizadora. Otros tantos, a lo largo del tiempo, se dejaron encandilar por la inmensidad.

Venir de afuera fue, es, y será una constante para la mayoría de nuestros habitantes.

La cuestión de fondo sería ya, no tanto el venir, sino el ¿a qué se viene a la Patagonia?, ¿a qué se viene a Santa Cruz?

Los mitos pertenecen al pasado de los tiempos pero no permanecen mudos en él. “Informan” consciente o inconscientemente la experiencia humana. Son las vigas del edificio que “no se ven, pero sin las que sería imposible habitarlo”, dice Rollo May. (1)

El mito de la Patagonia trágica

Cuando Magallanes amarró sus naves en la bahía de San Julián, lo hizo buscando un lugar en el cual refugiarse del duro invierno que se avecinaba. Recalaron allí hasta la primavera. En ese corto periodo, desde su llegada, ocurrieron una serie de hechos que pueden catalogarse como inaugurales.

Magallanes, como muchos de los que llegarían más tarde, estaba de paso. Pero en ese pasar, lo inhóspito del paisaje y el racionamiento de víveres al que estaban sometidos, fomentaron el descontento entre la tripulación y el deseo de regresar. El malestar fue el caldo de cultivo para una conspiración. La insurrección prendió en tres de las naves, pero Magallanes logró sofocarla.

El saldo del amarre de la flota magallánica no pudo ser más significativo: al primer contacto con los pueblos originarios, al esbozo del topónimo “patagón” del cual proviene el nombre Patagonia, a la primera misa cristiana, debemos agregarle: la primera conspiración y posterior rebelión, el primer ajusticiamiento, y la primera condena, consistente en el abandono de los insurrectos en la costa santacruceña.

Dice el Gato Ossés, en su libro “Patagonia Ficción y Realidad”, que Cartagena y Sánchez vieron partir las naves de pie sobre los guijarros de la playa –un lugar reservado a “los otros”-, y abrieron una puerta que los dejó para siempre fuera de este mundo. (2)

Cuatrocientos años más tarde, en lo que se conoce como las Huelgas del ´20, obreros rurales -por reclamar mejoras en las condiciones de trabajo y sin que medie juicio alguno- fueron fusilados por el Estado Argentino; y sus restos abandonados, en fosas comunes, que ellos mismos debieron, previamente, cavar.

Más tarde, en Río Turbio, en una fría jornada de junio de 2004, un grupo de trabajadores, quedó atrapado en un socavón y 14 mineros murieron al no poder ser rescatados.

Después murió, en medio de una revuelta, el oficial Sayago en Las Heras; en una instrucción policial el joven bombero Damián Ceballos en Puerto Santa Cruz, y otros tantos de una larga lista, cuyos nombres no recordamos, porque los devora el anonimato.

Estas tragedias, ¿son simples hechos que ocurren sin consecuencias o hay, en nuestro acontecer histórico, un recorrido trágico que marca nuestro futuro?

Los mitos se deslizan en nuestros sueños. Nos sostienen en los pasajes de la vida y ordenan nuestros relatos de esos pasajes. Ungen a los héroes de cada generación. Organizan bodas y funerales. Refuerzan supersticiones y cábalas. Impregnan dichos y refranes. Ofrecen esquemas de comprensión para lo inexplicable. (1)

El mito de la tierra prometida

Por mar, por tierra o por aire, durante el último siglo y lo que va de este, nuestro territorio vio llegar a miles de hombres y mujeres en busca de trabajo y de un destino mejor. Muchos lo encontraron, no sólo para ellos sino para sus progenitores. Todos pagaron por él el alto precio del desarraigo.

Para el imaginario colectivo, Santa Cruz, es la tierra prometida, el lugar soñado, la oportunidad de trabajo y de organizar una vida distinta para cualquier argentino y habitante de los países vecinos que no haya logrado, en su lugar de origen, ser incluido.

Santa Cruz es la panacea de la inclusión. Ya no sólo en el sector privado, en actividades primarias como la construcción, la pesca, la minería o la explotación petrolera; sino, y contrariando cualquier sentido común,  lo es también desde el sector público.

Ahora bien, nuestra Santa Cruz, ¿es la tierra prometida o estamos aún transitando el desierto?

Existen valores y verdades que las culturas se resisten a perder: algo genuino vive en ellos, algo que, no obstante, resultaría imposible conservar “abiertamente”. (1)

El mito de la intervención

Atravesamos más de medio siglo de historia desde que, en 1958, nos constituyéramos como provincia. Gran parte de ese proceso se ha caracterizado por la inestabilidad institucional.

Desde Paradelo, –nuestro primer gobernador constitucional- que a raíz del juicio político fue suspendido en su mandato, siendo detenido y alojado como tal, en la Comisaria Primera de Río Gallegos; para, más tarde, ser ilegalmente depuesto del cargo (3); hasta la fecha, la inestabilidad ha sido un signo de los tiempos democráticos santacruceños.

Ni los gobiernos de factos fueron inmunes a las conspiraciones. De ello da cuenta el Comodoro Rayneli, de quien no se sabe bien si, lo echaron los ganaderos de Puerto San Julián ante la “desastrosa situación del campo”, o los empleados públicos, cansados de atropellos y sueldos planchados por años; o quizás los comerciantes que sufrían los vaivenes de los sueldos estatales; o aquellos “antiguos vecinos” molestos por la injerencia y desplantes de los “venidos de afuera”; o la trenza de los políticos de siempre que tanto despreciaba el Gobernador…(4).

La inestabilidad del poder  ha caracterizado a nuestra corta vida como provincia.

El fantasma de la intervención es aventado por propios y extraños, más allá de las circunstancias sociales o políticas en la que nos encontremos, y de lo fundado o no que pueda resultar su aplicación.

¿Seremos una Provincia?, o estaremos aun, recorriendo los últimos vestigios institucionales del territorio.

Sostener en el presente valores del pasado puede resultar peligroso, enloquecedor, suicida. Es en este sentido que los mitos juegan un aspecto clave, por cuanto camuflan simbólicamente saberes antiguos de modo que así, disfrazados, puedan filtrarse en el conjunto del saber vigente y legitimado. (1)

 

El mito de la identidad en construcción

Muy poco queda de los pueblos originarios. A diferencia de otras regiones, en nuestro sur, la raza tehuelche fue prácticamente arrasada por los distintos tipos de colonización.

Del sueño de la provincia ganadera, sólo quedan los cascos de las estancias fundadas a principio de siglo pasado.

La explotación de nuestros recursos naturales -que desplazó del mapa económico y demográfico, en un par de décadas, a los pueblos ganaderos- fue a la vez, desplazada por el empleo público. Empleo precario y poco remunerado, pero signo indiscutible de estabilidad, para los que a fines de los ochenta y principio de los noventa, cuando la crisis se profundizaba, decidieron no irse de la provincia.

La obra pública construyó, en lo que va de este siglo, un nuevo puente para los que, cansados de soportar la intemperie de otras regiones del país, llegaron buscando un refugio en donde construir un sueño.

¿Existe un “Ser Santacruceño”?

Dice Eduardo Guajardo, que -nos destacamos en primer lugar por la hibridez de nuestra manera de hablar, no tenemos “tonada”, como otros provincianos. Actualmente nos destacamos por otros asuntos que mejor no enumerar. Pero, en lo cultural, podemos decir que en el modo de transferir la palabra hemos desarrollado una suerte de síntesis de todos los modos que nos habitan, desde los chilenismos, hasta los regionalismos de todo nuestro país, todo acompañado por una manera casi neutra en cuanto al “cantito”, que otros pueblos tienen como distintivo.- (5)

El no tener to-nada ¿es sólo eso?, o será un síntoma de lo que no podemos ser.

Los mitos son las primeras metáforas de la humanidad. Nacen de la necesidad que los pueblos tienen de comprender lo desconocido, organizar su experiencia, significar sus conflictos y proyectar un destino. Provienen de las fuentes creativas de la memoria colectiva y de la búsqueda de sentido y unidad que estructura a la mente humana. (1)

Cortázar y los mitos

En una entrevista a la televisión española, Cortázar recuerda que fue, mientras viajaba en colectivo por Buenos Aires, probablemente pensando en nada, distraído, cuando de pronto y sin motivo aparente, pensó en Teseo y el Minotauro.

Cuenta que “vio” una imagen del laberinto, el monstruo encerrado en él y el héroe vencedor.  Y junto a aquellas imágenes irrumpieron también algunas preguntas y el deseo de abrir el juego de la inversión imaginaria, de la transgresión creativa: ¿y si fuera al revés? ¿Y si Teseo hubiera sido un representante del poder establecido? Un soldado al servicio del rey Minos. ¿Y si el Minotauro no hubiera sido un monstruo sino un poeta encarcelado por el rey? ¿Y si en vez de devorar a los jóvenes que llegaban cada año los hubiera acogido para habitar juntos, el laberinto, dedicados a la creación, la danza y la poesía? (1)

Conclusión

Por suerte, a diferencia de la política, la literatura no sólo puede sino que está casi obligada a sembrar la duda, la incertidumbre, el desconcierto. Confieso que no tuve esa intención cuando me decidí a publicar Laberinto.

Se cumplieron, hace pocos días, cien años desde que se publicó Metamorfosis, la impresionante novela de Kafka, que ha llevado a más de uno a preguntarse: cuán complicada debería haber sido esa sociedad, que el autor necesitó convertirse en un escarabajo para expresar libremente todos sus pensamientos.

Por mí parte, debo decir que siempre vi, en los escritores, un mundo distante, lejano, imposible de alcanzar. Y que, un buen día me dije: voy a probar cruzarme, aunque sea de contrabando hacia ese mundo. Me propuse también que, cuando estuviera del otro lado, iba a escribir un libro y después regresaría. No sabía que en el camino me iba a encontrar con Laberinto, un lugar formado por calles y encrucijadas, intencionadamente complejo para confundir a quien se adentre en él.

(1)      Los párrafos en lo que se hace referencia a los mitos fueron extraídos de la Escuela de Escritura Online, Curso: Narrativa II – Géneros y estrategias narrativas, Módulo Quincenal 7 – Casa de Letras- Autora Cecilia Sorrentino.

(2)      Héctor Raúl Ossés - PATAGONIA Ficción y Realidad – Ed. Remitente Patagonia

(3)      Ana Elisa Medina – Juan B. Baillinou PARADELO – Primer Gobernador Constitucional de Santa Cruz.

(4)      Miguel Auzoberría/ Élida Luque/ Susana Martínez – Los ´70 y la crisis política en Santa Cruz: La caída del Comodoro Rayneli

(5)       La Opinión Austral, Habladurías con Eduardo Guajardo, La identidad y el ser santacruceño – 1 de septiembre de 2012.-

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