Alejándonos de estas islas para continuar nuestra ruta, alcanzamos a los 49°30’ de latitud sur, donde encontramos un buen puerto; y como ya se aproximaba el invierno, juzgamos conveniente pasar ahí el mal tiempo, escribe Pigafetta, en su bitácora de viaje, un 1° de abril de 1520, frente a la costa de Puerto San Julían.
Al hacerlo, esboza lo que se reconoce como el
primer escrito, en proximidades del territorio que más tarde será la Provincia
de Santa Cruz, y establece una fecha de referencia que se adoptará como el “Día
de las Letras Santacruceñas”.
Discutible, la fecha. Era, hasta la
imposición del 4 de agosto como Día del Escritor Santacruceño, la única que
aparecía en nuestro calendario, como excusa ineludible para que nuestros
escritores y su producción literaria, dispongan de un momento de encuentro, se
compartan lecturas, se recuerde a algún escritor desaparecido, o simplemente se
haga una mínima pausa para reflexionar acerca de que se trata esto de la las “Letras
Santacruceñas”.
Ahora bien, si la referencia es Pigafetta —la
mirada desde afuera, de “los otros”, los escritos de aventureros, viajeros,
exploradores, cronistas, investigadores, periodistas, esa que nos reconoce como
objeto de la escritura—, la celebración puede sonar contradictoria.
Pero no es así porque, desde hace ya bastante
tiempo empieza a ser evidente la necesidad que tenemos los santacruceños de
relatarnos, de escucharnos, de leernos, de reconocernos como parte de un campo
literario propio a partir del cual poder reflexionar acerca de nuestra
identidad y de nuestra pertenencia a este mítico territorio.
Y es esa producción, la de nuestros autores,
la que fue horadando la idea de pensar a nuestra provincia como lugar sin
memoria, sin literatura o sin escritores; o cuya única memoria existía, pero
sólo en la voz de los de afuera.
Somos de acá, respondemos cuando se nos
pregunta. Nacidos y criados, venidos y aquerenciados. Nuestra literatura
inevitablemente funciona como parte de ello. Nuestras narraciones están
impregnadas de todas las connotaciones que, a lo largo del tiempo, desde Pigafetta
a esta parte de la historia, han devenido en mito.
La idea de utopía, de ausencia, de “no
lugar” que alimentaron los escritos de aventureros, diletantes y viajeros,
sigue operando hoy también en nosotros; pero lo hace de manera distinta. Las distancias, la inmensidad, lo
inconmensurable del paisaje, el mar, la estepa o la montaña, el frío, el
viento, la nevada, la soledad del puestero, del hombre petrolero, o del minero,
los interminables días de verano o las prolongadas noches de invierno; aparecen
en nuestros textos con un registro o un tono que los distingue de la mirada
foránea, y devienen así en referencias indiscutibles de nuestra literatura.
Flora Rodriguez
de Lofredo, en un verso de su poema perfil
de viento, dice que “Estamos amasados
en fracasos, en soledad, y espera. Nos anida la fuerza de una raza que jalona
sin pausa la ancha cuesta…”
Peña asevera en
su poema Búsqueda: “Vamos andando como un niño entre lejanas
paredes incoloras y es todo soledad, miedo, vergüenza y es todo tan lejano que
da frío. Pero debe existir una salida, tiene que haber una puerta en las
tinieblas, puede llamarse Amor, Locura, Muerte... Pero debe existir, y eso
creo”;
Curinao en Otros Animales XXVII dice “La gente entra
al mundo desde otros mundos. Una puerta cerrada, a veces, es una pregunta. Una
desesperación que nos alumbra. La victoria, al fin, será abrir esa puerta y ver
que adentro está todo, todo lo que callamos. El olvido camina en puntas de
pie.”
Es, en este contexto, en el que, el Día de
las Letras santacruceñas, se presenta como una invitación a rememorar a Peña,
Rodriguez de Lofredo, Baillínou, Fadul, Osses, Isla, Sacamata, Venanzi,
Basanta, etc., y tantos otros que, con sus escritos, abrieron una huella en
medio del desierto.
Y es también una oportunidad para volver a
leerlos, para hurgar entre sus textos y entender por qué nuestra literatura sigue
siendo búsqueda, incertidumbre, aprendizaje, atrevimiento, y por sobre todas
las cosas, perseverancia para no caer en el lugar común o en el folleto
turístico.
Es también como una pequeña luz que titila
en medio de la penumbra para dar visibilidad a los autores de este nuevo siglo,
a la poesía, la narrativa, la crónica los ensayos que están siendo escritos en
este tiempo.
En uno de los párrafos de los fundamentos
del proyecto impulsado por la SADE dice que “Celebrar el día de las letras
supone una participación activa de los estamentos educativos, estatales o
privados, supone un accionar fundamental de cada uno de los integrantes de esos
pueblos que recuerdan en forma presencial a sus escritores y sus obras y supone
una concentración de actividades por parte de aquellos que promocionan, desde
el comercio lícito, la difusión de la lengua común, al expresarse,
circunstancialmente, en el reconocimiento de su historia propia.”
Dicho así, suena como imposible.
Tal vez, las letras santacruceñas, solo
necesiten que cada vez que vamos a la librería a comprar un Best Selllers, le peguntemos
al librero si hay algún libro de autor santacruceño.
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