Tranquilo mi amor. No hagas ningún esfuerzo. Todavía estas bajo los efectos de los sedantes. Cuando logró que sus ojos vieran claramente, quiso cerrarlos de nuevo. La sala era amplia. Con un brazo y una pierna enyesados, estaba como momificado. No logramos explicarnos que te pasó, dijo su madre, en un tono de reproche. Menos mal que fue contra un camión de mudanzas y que no hubo que lamentar victimas. Giró un poco la vista y la pudo ver. Su hija parada al lado de la cama. Eso lo alegró. Intentó hablar y ahí se dio cuenta de que una sonda ingresaba por su boca. Tranquilo mi amor, volvió a decirle su esposa. Todo va estar bien. Dicen los médicos que con rehabilitación en dos años podes volver a caminar. Las chicas del estudio te mandan saludos y dicen que te cuides, que en la oficina todo va a seguir funcionando como si vos estuvieras ahí. Nosotras ya nos tenemos que ir. Viste como son las terapias intensivas, quince minutos por turno y no dan un segundo de más. La doctora que te atiende es amorosa, me dijo que apenas pueda, te pasa a sala común, para que estemos más tiempo juntos. Todos han sido tan buenos. Para nosotras ha sido una prueba de fuego, pero acá estamos, más unidas que nunca. Viste esa frase que siempre usabas con los clientes de que ante una dificultad un tiene que buscar la oportunidad, bueno, creo que somos tus mejores alumnas. Esto que te ha pasado nos da la oportunidad de demostrarnos cuanto te queremos. Cerró los ojos lentamente y en su mente quedó como congelada la imagen de su madre, su esposa y su hija, abrazadas, con lagrimas en los ojos, junto a su cama.
Llegué a la escritura motivado por una búsqueda, en principio inconsciente, que se corporizó en mí cuando empecé a tener noción de lo que representaba el haber nacido en un campamento petrolero. Un lugar que, a la vez, era ningún lugar; un hábitat en el que, el único rasgo permanente, estaba conformado por lo provisorio. De hecho, mi permanencia en Cañadón Seco, duró lo que pudo haber durado la convalecencia posparto de mi madre. La imagino a ella llevándome en brazos, en el transporte de Mottino y Acuña, mezclada entre los obreros que regresaban a Caleta Olivia. Apenas unas horas de vida tenía y ya formaba parte de un colectivo. Un colectivo de obreros, llegados de todos lados buscando el amparo de eso que se erguía como una sigla que, en ese tiempo, todo lo podía: YPF. —Nacido en Cañadón Seco —decía cuando me preguntaban— y criado en Caleta Olivia —agregaba en el intento de transmitir alguna certeza acerca de mi origen. Empecé a pensar en esto cuando me vine a vivir ...
a esa mujer no le basta con querer,lo dice a la menor ocasión, pero en un tono que parece una obligación
ResponderBorrarme parece que tiene ella de contadora más que él de contador aunque su padre se dedicara a otra cosa...
Vaya, ¡que buen blog! Plasmas la vida misma con palabras sencillas y de lectura agradable.
ResponderBorrarMe ha gustado pasear por aquí :)
Mi amigo dice:"De una catàstrofe, una oportunidad"... no siempre es tan fàcil, pero es la ùnica alternativa.
ResponderBorrarAbrazos!
no se ni q decir..
ResponderBorrarAntes que nada, gracias por pasar por el Blog!
ResponderBorrarinteresante tu solución al pequeño problema que se me planteó.
Un gusto pasar por aquí!
Saludos...
Nos vemos pronto.
Qué maravilla de vista. ¿Dónde hay que firmar para despertarse o dormirse con ella?
ResponderBorrarUn abrazo
no sé. esa es una catástrofe, sin oportunidad.
ResponderBorrarpobre, pobre tipo. y dicen que no huboque lamentar víctimas.
me ha encantado tu historia.
me voy como se ha quedado el tipo, muerta de frío.ahi en el alma.
saludos.
...
ResponderBorrar¡Auchhh!, lo castigaste mi amigo. No tener oportunidad de elegir simplemente es un castigo.
Me gusto mucho.
Un beso para el escritor. Muackkkk...
Mafalda
ADD: tus imágenes no dejan de ser bellas.