Que suerte que tuviste hijo, esta chica es lo mejor que nos pudo haber pasado, dijo su madre, mientras le servía el desayuno. La veo y no puedo dejar de pensar que Dios está haciendo justicia conmigo, agregó y se quedó parada a su lado, mirando al techo. Sus ojos –casi lagrimeando- reflejaban ese estado, entre tristeza y felicidad. Tristeza que acarreaba desde ese día que volvió de la clínica -adonde fue a internarse para que naciera su hermanita- con las manos vacías. Nadie explicó nada. El, con sus ocho años, tenía ya muy claro lo que era un embarazo y nunca le explicaron lo que realmente pasó. El tampoco se animó a preguntar. Tristeza que la acompañó durante todos estos años, hasta que apareció ella. Ahora todo parecía distinto. Sos como una hija para mí, le dijo su madre una tarde de domingo, mientras tomaban el te y ella, sonrió y –como completando un cuadro- aseveró: y ustedes son como los padres que el destino me quitó. Y todos sonrieron. El, que en todos estos se la pasó pensando en como salir de esa estructura familiar tan rígida, sentía en estos momentos que estaba más atrapado que nunca. Ella, con esos gestos tan familiares, lo tenía confundido, era como la hermana, que él se había quedando esperando hace más de veinte años.
Llegué a la escritura motivado por una búsqueda, en principio inconsciente, que se corporizó en mí cuando empecé a tener noción de lo que representaba el haber nacido en un campamento petrolero. Un lugar que, a la vez, era ningún lugar; un hábitat en el que, el único rasgo permanente, estaba conformado por lo provisorio. De hecho, mi permanencia en Cañadón Seco, duró lo que pudo haber durado la convalecencia posparto de mi madre. La imagino a ella llevándome en brazos, en el transporte de Mottino y Acuña, mezclada entre los obreros que regresaban a Caleta Olivia. Apenas unas horas de vida tenía y ya formaba parte de un colectivo. Un colectivo de obreros, llegados de todos lados buscando el amparo de eso que se erguía como una sigla que, en ese tiempo, todo lo podía: YPF. —Nacido en Cañadón Seco —decía cuando me preguntaban— y criado en Caleta Olivia —agregaba en el intento de transmitir alguna certeza acerca de mi origen. Empecé a pensar en esto cuando me vine a vivir ...
la cosa se complica por momentos
ResponderBorrarla tela de araña crece...
Parece, amigo, que una vez más estamos en sintonía.
ResponderBorrar¿Será acaso que las relaciones humanas son por definición complejas?, se pregunta Matilda, entre otras preguntas no menos existenciales.
Un placer volver a pasar por aquí.
Gestos que confunden,
ResponderBorrarpero el corazón nos habla.
Un gran abrazo
aps! pero... y la felicidad?
ResponderBorrarMe gusta haberte encontrado. Leí este último post, pero entiendo que "olvido IX" es la continuación de una historia. Iré leyendo de a poco. Preciosa tu manera de narrar.
ResponderBorrarUn beso