Ese año pasó volando. Ella terminó la carrera. Fijaron fecha de casamiento. El ocho de agosto, es buena fecha, de paso nos ahorramos una fiesta y es el mejor regalo que voy a tener para mi cumpleaños, le dijo una tarde en el estudio, en donde comenzó a trabajar apenas recibida. A tu mamá le encantó el departamento y me dijo que estaba muy bien que sea de dos dormitorios, porque seguro que pronto se va a agrandar la familia. El, acompañaba el monologo de ella, casi sin hacer comentarios. De la alumna sencilla y tímida que un día levantó la mano en la clase para hacerle una consulta, ya no quedaba nada. En su casa, ella, con la complicidad de su madre, ocupaba todo el espacio familiar. En el estudio, con la complicidad de su padre, había comenzado a hacerse cargo de clientes importantes, clientes que él alguna vez creyó que –con el paso del tiempo- iba a heredar, pero que ahora, ella tomaba sin que medie explicación alguna. Una mañana fría de agosto, se casaron. Muy pocos invitados. Sus tíos de Entre Ríos no pudieron viajar. Están complicados con la siembra, dijo ella, seguro que apenas puedan van a venir a conocerte. Después no se habló más de ellos. Ni de nada que tuviera que ver con su pasado. Una vez, hablando de sus amigos de la secundaria, le preguntó si no tenía fotos de esos tiempos, de sus amigas o amigos de la infancia. Y ella, cruzándole el brazo por la espalda, le dijo muy suavemente al oído: mi amor, yo voy a ocuparme de mi pasado cuando no tenga futuro.
Llegué a la escritura motivado por una búsqueda, en principio inconsciente, que se corporizó en mí cuando empecé a tener noción de lo que representaba el haber nacido en un campamento petrolero. Un lugar que, a la vez, era ningún lugar; un hábitat en el que, el único rasgo permanente, estaba conformado por lo provisorio. De hecho, mi permanencia en Cañadón Seco, duró lo que pudo haber durado la convalecencia posparto de mi madre. La imagino a ella llevándome en brazos, en el transporte de Mottino y Acuña, mezclada entre los obreros que regresaban a Caleta Olivia. Apenas unas horas de vida tenía y ya formaba parte de un colectivo. Un colectivo de obreros, llegados de todos lados buscando el amparo de eso que se erguía como una sigla que, en ese tiempo, todo lo podía: YPF. —Nacido en Cañadón Seco —decía cuando me preguntaban— y criado en Caleta Olivia —agregaba en el intento de transmitir alguna certeza acerca de mi origen. Empecé a pensar en esto cuando me vine a vivir ...
AY ¡El pasado no puede ignorarse!!!! besos
ResponderBorrarSi se vive de recuerdos, se envejece antes. Gran blog este ;)
ResponderBorrara mí ese hombre me da mucha pena, ésa es la verdad
ResponderBorrarno lo veo disfrutando del paisaje, sólo aguantando el temporal, como el pajarillo de la preciosa fotografía
Tampoco es cuestión de quedar "pegado" en el pasado, pero tampoco se puede obviar...
ResponderBorrarNo se, a mi me da "cosa" esa gambeteada con el pasado.
Saludosss!!
Mirar hacia adelante!! Aunque una ojeada en positivo sobre los buenos aprendizajes viene bien. Un abrazo
ResponderBorrar"mi amor, yo voy a ocuparme de mi pasado cuando no tenga futuro."
ResponderBorrarFANTÁSSSSSTICO... aunque tal vez poniéndone detallista diría: voy a ocuparme de mi pasado cuando not enga PRESENTE (porque soy fanática del HOY.)
El futuro no existe, mejor atender el presente sin detenerse en el pasado.
ResponderBorrarAbrazos, Monique.
cuando venìa a decirle que no lo dejara olvidarse de la libertad...lleguè tarde!
ResponderBorrarpero igual, sáquelo de ahí! sacùdalo! empújelo! que tambien se está olvidando de la alegría, y del amor, se dio cuenta?
bueno..., yo le avisé.
besos
El pasado va irremediablemente ligado al presente y al futuro de cada uno. Obviarlo es negarse a sí mismo.
ResponderBorrarLa foto es chulísima. Muak