Cuando le ofrecieron la suplencia en la Facultad de Ciencias Económicas, primero pensó en decir que no. Nunca se interesó en la enseñanza. El que sabe, sabe y el que no enseña, repetía, casi como una muletilla, cada vez que le preguntaban porque no daba clases. Sus notas -siempre destacadas- su buena relación con el decano y el respeto que el apellido de su padre imponía en el medio, eran toda una carta de presentación. Pero no, no se veía frente a una clase impartiendo conocimientos contables. Se sentía muy cómodo trabajando en el estudio de su padre y nadie discutía que con el tiempo todo iba a quedar bajo su mando. Me lo pidió de favor el decano y es solo por tres meses, se justificó cuando tuvo que explicar, que ese día, se retiraba más temprano de la oficina. El Contador Bardacci va a tomar por estos meses la cátedra de Finanzas de Empresas, es un profesional recibido en esta casa con todos los honores, así que descuento que todos van a saber sacarle provecho, dijo el Decano y lo dejo frente a una docena de jóvenes alumnos. Ella lo miraba con especial atención, con la mano sobre el mentón y los anteojos casi sobre la punta de su nariz y esos ojos que no solo miraban sino que se dejaban ver. Alguna consulta sobre el tema preguntó y ella como si lo hubiera estado esperando, levanto la mano y con una voz suave pero muy firme se dejó escuchar; yo profesor. Contador señorita, aclaró él y sintió una turbulencia hormonal que atormentaba su cuerpo.
Llegué a la escritura motivado por una búsqueda, en principio inconsciente, que se corporizó en mí cuando empecé a tener noción de lo que representaba el haber nacido en un campamento petrolero. Un lugar que, a la vez, era ningún lugar; un hábitat en el que, el único rasgo permanente, estaba conformado por lo provisorio. De hecho, mi permanencia en Cañadón Seco, duró lo que pudo haber durado la convalecencia posparto de mi madre. La imagino a ella llevándome en brazos, en el transporte de Mottino y Acuña, mezclada entre los obreros que regresaban a Caleta Olivia. Apenas unas horas de vida tenía y ya formaba parte de un colectivo. Un colectivo de obreros, llegados de todos lados buscando el amparo de eso que se erguía como una sigla que, en ese tiempo, todo lo podía: YPF. —Nacido en Cañadón Seco —decía cuando me preguntaban— y criado en Caleta Olivia —agregaba en el intento de transmitir alguna certeza acerca de mi origen. Empecé a pensar en esto cuando me vine a vivir ...
ese cielo es pura turbulencia, como las hormonas del profesor
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¿cómo las hormonas de la alumna también?
Alberto!!! bienvenido a mi blog!! te espero alli siempre que puedas y aqui estare tambien!! me guto tu blog!
ResponderBorrarbesos
mmm...atracción profesor-alumna, me gusta!
ResponderBorrar:)
¡Hummm! Atracción fatal...
ResponderBorrarUn abrazo!!
Nadie está a salvo de las turbulencias hormonales.
ResponderBorrarUn abrazo
Evidentemente, las hormonas atormentan a todos!!
ResponderBorrarNadie puede escaparrrrrr!!!
Saludos!
Desequilibrios hormonales en la facultad de ciencias económicas… parece una imagen surrealista.
ResponderBorrarPero sucede.
Saludos.
Visite: www.lengua-libre.blogspot.com
Filosofía, letras y otros males menores.
una buena combinacion!!
ResponderBorrarGracias por la visita y el comentario,,,
ResponderBorrar¡¡¡Qué bueno es Giecco!!!
Desde 14.000 kilómetros...
Dos abrazos
Nadie está libre..........saludos
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