Llevaban ocho años de casados. Laura nació una madrugada de noviembre. A pesar de las insistentes propuestas del obstetra, no hubo cesárea. Si voy a ser madre, necesito saber lo que es parir, decía su esposa, ante cualquier insinuación de programar una cirugía para facilitar el parto. Sentado frente al ecodoppler, él se limitaba a asentir todo lo que le decían, como si entendiera algo. Mire como mueve la cabecita, esas son las piernas, ahora parece que saludara, va a ser una niña hermosa. Todos comentarios que su esposa disfrutaba, pero que a él no le resultaban significativos. Estaba ahí, casi se podría decir por protocolo. Vivía cansado. Su mujer dejó de ir al estudio contable al tercer mes de embarazo y él tenía que cargar con todo. No era fácil mantener a los clientes conformes. No había plata que alcance. La decisión de armar el estudio propio, nunca lo había terminado de convencer. Pero su mujer insistió tanto que no le dejó alternativa. Después vino la noticia del embarazo. La felicidad de su esposa era tan desbordante, que se dejó contagiar y pudo –no son esfuerzo- disimular su sorpresa. No era algo que estuviera planeado. En los dos meses de casados, nunca había conversado con ella sobre tener hijos. Equivocado, él suponía que se cuidaba. Pasaron muchas noches y él nunca se decidió a preguntarle por las tabletas de pastillas anticonceptivas que ella siempre dejaba sobre la mesita de luz.
Llegué a la escritura motivado por una búsqueda, en principio inconsciente, que se corporizó en mí cuando empecé a tener noción de lo que representaba el haber nacido en un campamento petrolero. Un lugar que, a la vez, era ningún lugar; un hábitat en el que, el único rasgo permanente, estaba conformado por lo provisorio. De hecho, mi permanencia en Cañadón Seco, duró lo que pudo haber durado la convalecencia posparto de mi madre. La imagino a ella llevándome en brazos, en el transporte de Mottino y Acuña, mezclada entre los obreros que regresaban a Caleta Olivia. Apenas unas horas de vida tenía y ya formaba parte de un colectivo. Un colectivo de obreros, llegados de todos lados buscando el amparo de eso que se erguía como una sigla que, en ese tiempo, todo lo podía: YPF. —Nacido en Cañadón Seco —decía cuando me preguntaban— y criado en Caleta Olivia —agregaba en el intento de transmitir alguna certeza acerca de mi origen. Empecé a pensar en esto cuando me vine a vivir ...
Pues eso le pasa al hombrito por "suponer" en lugar de interesarse ¿No?
ResponderBorrarbesills!!!
No tiene la menor idea de lo que se pierde. La apertura a la vida es lo esencial. Buen relato. Muchos saludos.
ResponderBorrarY es que en algunos aspectos de la vida ( iba a poner en todos, pero igual suena demasiado pretencioso) las mujeres vamos a años luz por delante de los hombres...
ResponderBorrarBeso.
hablarían de muchas cosas esa pareja, pero parece que algunas de las más importantes las dejaban de lado
ResponderBorrarde suposiciones está el mundo lleno
y de falta de comunicación más
Las suposiciones nunca fueron buenas! Mejor comunicarse... besos!
ResponderBorrarCuando falla la comunicación, falla el sentido común.
ResponderBorrarBuen relato. Besotes