Estamos en Corral Quemado, bien al noroeste de Catamarca. A lo largo de la única avenida principal se mezclan antiguas construcciones de adobe con algunas edificaciones de mampostería. Los 2500 metros sobre el nivel del mar hacen que nuestras cabezas por momentos fueran como a explotar. Los parlantes de la iglesia invitan a los vecinos a concurrir a la misa. Es por la fiesta de la Virgen de los Remedios, nos dice la encargada de la hostería, todos los días rezamos la misa y recibimos a los peregrinos que llegan de los pueblos vecinos. Estamos recién acomodándonos, cuando sentimos la música. Es un grupo de treinta personas, con sus rostros cobrizos, sus ponchos de llama, sus cabezas protegidas del sol con sombreros típicos. Llegan caminando con su santo cargado a pulso, al ritmo que marca un acordeón tipo verdulera y dos cajas. Venimos de Papachacra, me dice una de las jóvenes, a 20 km de acá, en el cerro. Salimos caminando a la madrugada y nos quedamos hasta el domingo acompañando a la virgen. Sonríe con una simpleza que conmueve. Y siento por un momento que no hay distancia geográfica, social o cultural. Que todo el ropaje que nos cargamos cotidianamente para sobrevivir en el mundo moderno, pierde sentido. Aproximarme a la felicidad es una experiencia que debería intentar más seguido, digo y me quedo contemplando la ceremonia.
Cuando miro las fotos de los frigoríficos —ese primer intento de desarrollo industrial, que surgió como complemento del oro blanco que representó la lana ovina—, no me pregunto por qué dejaron de funcionar, porque eso tiene relación con factores externos a nosotros. Lo que me provoca —el entrecruzamiento de fotos de “ estas ruinas, impregnadas de la temporalidad” (1) , que reflejan un momento de la ocupación capitalista del territorio—, es pensar en cómo, el abordaje del pasado, puede ayudarnos a entramar los hilos de un futuro que no deja de ser incierto. ¿Son estas fotos un espejo en el que nos podemos mirar para empezar a reconocernos? Ahí se me aparece, Florida Blanca, ese asentamiento español, que -cuando deciden abandonarlo- lo prenden fuego. Imagino al aónikenk observando esa escena. Ellos que eran nómades por naturaleza, que más tarde sucumbieron frente al proceso de colonización de la tierra, tratando de entender, el porqué de esa destrucción. Pienso tambien en los ...
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