Estamos en Corral Quemado, bien al noroeste de Catamarca. A lo largo de la única avenida principal se mezclan antiguas construcciones de adobe con algunas edificaciones de mampostería. Los 2500 metros sobre el nivel del mar hacen que nuestras cabezas por momentos fueran como a explotar. Los parlantes de la iglesia invitan a los vecinos a concurrir a la misa. Es por la fiesta de la Virgen de los Remedios, nos dice la encargada de la hostería, todos los días rezamos la misa y recibimos a los peregrinos que llegan de los pueblos vecinos. Estamos recién acomodándonos, cuando sentimos la música. Es un grupo de treinta personas, con sus rostros cobrizos, sus ponchos de llama, sus cabezas protegidas del sol con sombreros típicos. Llegan caminando con su santo cargado a pulso, al ritmo que marca un acordeón tipo verdulera y dos cajas. Venimos de Papachacra, me dice una de las jóvenes, a 20 km de acá, en el cerro. Salimos caminando a la madrugada y nos quedamos hasta el domingo acompañando a la virgen. Sonríe con una simpleza que conmueve. Y siento por un momento que no hay distancia geográfica, social o cultural. Que todo el ropaje que nos cargamos cotidianamente para sobrevivir en el mundo moderno, pierde sentido. Aproximarme a la felicidad es una experiencia que debería intentar más seguido, digo y me quedo contemplando la ceremonia.
Llegué a la escritura motivado por una búsqueda, en principio inconsciente, que se corporizó en mí cuando empecé a tener noción de lo que representaba el haber nacido en un campamento petrolero. Un lugar que, a la vez, era ningún lugar; un hábitat en el que, el único rasgo permanente, estaba conformado por lo provisorio. De hecho, mi permanencia en Cañadón Seco, duró lo que pudo haber durado la convalecencia posparto de mi madre. La imagino a ella llevándome en brazos, en el transporte de Mottino y Acuña, mezclada entre los obreros que regresaban a Caleta Olivia. Apenas unas horas de vida tenía y ya formaba parte de un colectivo. Un colectivo de obreros, llegados de todos lados buscando el amparo de eso que se erguía como una sigla que, en ese tiempo, todo lo podía: YPF. —Nacido en Cañadón Seco —decía cuando me preguntaban— y criado en Caleta Olivia —agregaba en el intento de transmitir alguna certeza acerca de mi origen. Empecé a pensar en esto cuando me vine a vivir ...
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