Cuando salgo de casa la veo. Está parada en uno de los postes del alambrado vecino. Me acerco lentamente y tomo la primera foto. Sigo caminando, ya estoy a no más de seis metros, la puedo apreciar plenamente. Estoy pagado digo. Ahora activo el video y sigo acercándome. Levanto los ojos por encima de la cámara y me sorprendo. Está mirándome. Los cuatro metros que nos separan parecen menos. Me detengo. La idea de que se iba a volar, desaparece de mi cabeza. Su pose desafiante logra incomodarme. Recuerdo que se trata de un ave rapaz y el entusiasmo por fotografiarla es remplazado por el temor a ser atacado. Mientras saboreo la emoción de este encuentro cercano con la naturaleza, retrocedo suavemente y ella sigue inmutable. Ya en mi casa, la miro por la ventana y pienso que el temor ha sido todo producto de mi imaginación.
Llegué a la escritura motivado por una búsqueda, en principio inconsciente, que se corporizó en mí cuando empecé a tener noción de lo que representaba el haber nacido en un campamento petrolero. Un lugar que, a la vez, era ningún lugar; un hábitat en el que, el único rasgo permanente, estaba conformado por lo provisorio. De hecho, mi permanencia en Cañadón Seco, duró lo que pudo haber durado la convalecencia posparto de mi madre. La imagino a ella llevándome en brazos, en el transporte de Mottino y Acuña, mezclada entre los obreros que regresaban a Caleta Olivia. Apenas unas horas de vida tenía y ya formaba parte de un colectivo. Un colectivo de obreros, llegados de todos lados buscando el amparo de eso que se erguía como una sigla que, en ese tiempo, todo lo podía: YPF. —Nacido en Cañadón Seco —decía cuando me preguntaban— y criado en Caleta Olivia —agregaba en el intento de transmitir alguna certeza acerca de mi origen. Empecé a pensar en esto cuando me vine a vivir ...
estupendo encuentro... La naturaleza raras veces nos ataca. Si ella pudiera hablar no diría lo mismo...
ResponderBorrarSaludos.