Como todos los años el primero en florecer es el ciruelo. Tiene esa virtud, la de anticiparse a la primavera. Más nunca hemos podido disfrutar de sus frutos. Ya sea por que el viento de los meses venideros castiga duramente a sus flores o porque los pájaros se aprovechan de su intemperie para devorarse sus incipientes frutos. Si uno lo mira a la distancia causa buena impresión y hasta puede convencer de que el próximo invierno va a terminar alimentando algunos frascos de dulce. Pero no. Parece que su existencia no necesita devenir en frutos. Por si acaso, el zorzal patagónico, ya se reservó un lugar cerca de él.
Cuando miro las fotos de los frigoríficos —ese primer intento de desarrollo industrial, que surgió como complemento del oro blanco que representó la lana ovina—, no me pregunto por qué dejaron de funcionar, porque eso tiene relación con factores externos a nosotros. Lo que me provoca —el entrecruzamiento de fotos de “ estas ruinas, impregnadas de la temporalidad” (1) , que reflejan un momento de la ocupación capitalista del territorio—, es pensar en cómo, el abordaje del pasado, puede ayudarnos a entramar los hilos de un futuro que no deja de ser incierto. ¿Son estas fotos un espejo en el que nos podemos mirar para empezar a reconocernos? Ahí se me aparece, Florida Blanca, ese asentamiento español, que -cuando deciden abandonarlo- lo prenden fuego. Imagino al aónikenk observando esa escena. Ellos que eran nómades por naturaleza, que más tarde sucumbieron frente al proceso de colonización de la tierra, tratando de entender, el porqué de esa destrucción. Pienso tambien en los ...
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