Un par de veces al año la ciudad invita al campo a volver a transitarla. Le abre sus puertas y desde el campo, sus hombres y mujeres bajan con sus caballos y sus pilcheros cargados de tradiciones. Rige -por unos días- una amnistía general a ese pasado expulsado por la modernidad. Se abren las tranqueras y todos nos contagiamos un poco de esa sensación de libertad que las tropillas transmiten con tanta espontaneidad. Son esos los días en los que nos damos un permiso para volver a soñar.
Las infaltables gaviotas alborotaban el cielo plomizo sobre un montículo de basura recién depositada por un camión volcador amarillo. Allí, naturalmente, merodeaba el suizo. Y le gustaba robar; pero sus “colegas” del basural no soportaban, aunque al final debían hacerlo, esa costumbre. La ley no escrita era compartir la basura, compartir los espacios. Pero no robarse entre ellos. – El basural del frío Héctor Rodolfo Peña
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Es verdaderamente una
ResponderBorrarimagen para soñar.
BESOS.
tienen alguna fecha en particular ese par de veces al año?
ResponderBorrarabrazo!
Tengo la suerte de hacerlo mucho, dejar por unas horas la gran ciudad para sumergime en la belleza de un pueblo, desde la entrada hay una gran diferencia el ruido, se oye los pajaros, el sonido del viento que mueve las ramas, el aire mucho mas limpio, el azul mas transparente, y si todo esto le añado que este cerca del mar, es como estar en el septimo cielo, donde me gusta esta y asi relajarme para luego volver a la rutina de la gran ciudad.
ResponderBorrarCon cariño
Mari
Llevo retraso en la lectura de tus crónicas. Te alcanzo este finde. Gracias por seguir ahí. Besos.
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