Es temprano. En la posada nos registran y decidimos aprovechar la mañana. Seguimos hacia el Lago del desierto. Nuestra primera parada es para apreciar el Chorrillo del salto. Un cascada que despliega toda su magia y encanto en medio del bosque. Subo por un sendero y me ubico a un costado. Se respira emoción. Una brisa me envuelve y va de a poco como transportándome a otra dimensión. Me dejo llevar por la sensación. El sonido de las cascadas y el que hacen las olas del mar cuando se deslizan entre las piedras son los que mi oído registra como más placenteros, podría pasar horas en esta situación.
Cuando miro las fotos de los frigoríficos —ese primer intento de desarrollo industrial, que surgió como complemento del oro blanco que representó la lana ovina—, no me pregunto por qué dejaron de funcionar, porque eso tiene relación con factores externos a nosotros. Lo que me provoca —el entrecruzamiento de fotos de “ estas ruinas, impregnadas de la temporalidad” (1) , que reflejan un momento de la ocupación capitalista del territorio—, es pensar en cómo, el abordaje del pasado, puede ayudarnos a entramar los hilos de un futuro que no deja de ser incierto. ¿Son estas fotos un espejo en el que nos podemos mirar para empezar a reconocernos? Ahí se me aparece, Florida Blanca, ese asentamiento español, que -cuando deciden abandonarlo- lo prenden fuego. Imagino al aónikenk observando esa escena. Ellos que eran nómades por naturaleza, que más tarde sucumbieron frente al proceso de colonización de la tierra, tratando de entender, el porqué de esa destrucción. Pienso tambien en los ...
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