Es temprano. En la posada nos registran y decidimos aprovechar la mañana. Seguimos hacia el Lago del desierto. Nuestra primera parada es para apreciar el Chorrillo del salto. Un cascada que despliega toda su magia y encanto en medio del bosque. Subo por un sendero y me ubico a un costado. Se respira emoción. Una brisa me envuelve y va de a poco como transportándome a otra dimensión. Me dejo llevar por la sensación. El sonido de las cascadas y el que hacen las olas del mar cuando se deslizan entre las piedras son los que mi oído registra como más placenteros, podría pasar horas en esta situación.
Llegué a la escritura motivado por una búsqueda, en principio inconsciente, que se corporizó en mí cuando empecé a tener noción de lo que representaba el haber nacido en un campamento petrolero. Un lugar que, a la vez, era ningún lugar; un hábitat en el que, el único rasgo permanente, estaba conformado por lo provisorio. De hecho, mi permanencia en Cañadón Seco, duró lo que pudo haber durado la convalecencia posparto de mi madre. La imagino a ella llevándome en brazos, en el transporte de Mottino y Acuña, mezclada entre los obreros que regresaban a Caleta Olivia. Apenas unas horas de vida tenía y ya formaba parte de un colectivo. Un colectivo de obreros, llegados de todos lados buscando el amparo de eso que se erguía como una sigla que, en ese tiempo, todo lo podía: YPF. —Nacido en Cañadón Seco —decía cuando me preguntaban— y criado en Caleta Olivia —agregaba en el intento de transmitir alguna certeza acerca de mi origen. Empecé a pensar en esto cuando me vine a vivir ...
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