
Difícil esto de caminar por la
avenida principal o alguna de sus laterales. Impresiona ver cómo se ha ocupado
el espacio público.
Los hoteles avanzan con sus
portales de acceso, las confiterías ponen cada vez más mesas sobre las veredas,
las agencias de autos con sus estacionamientos, los comercios con sus carteles,
adornos, bancos y cuanto uno pueda imaginar.
Todo conforma un paisaje en el
que se le ha perdido el respeto al espacio público.
Tanto que ha hecho a pensar en
que no sería mala idea “techar la avenida”.
Idea que seguramente no
prosperará.
Porque, bien o mal, los vecinos
están empezando a darse cuenta que esto así no va.
La idea de lo “Público”, como el
espacio común ha comenzado a incorporarse en la preocupación de nuestros
vecinos.
La defensa de un “Espacio
público” como el Parque Manuel Belgrano, la demanda de transporte público para
los escolares, el debate por el uso público de una zona ambientalmente sensible
como la que se pretende afectar para abrir un nuevo paso fronterizo, son iconos
de un nuevo escenario, en el que adquiere protagonismo el ciudadano, como actor
principal por encima de las estructuras.
Un primer síntoma de un cambio
que se debe dar en nuestra comunidad.
Abandonar definitivamente nuestra
actitud individual de ocuparnos solo de las cosas que tienen que ver con
nuestros intereses particulares, para comenzar a sentirnos parte de un espacio
común. Ese espacio que todos conocemos, pero no siempre reconocemos como propio
y que el mundo identifica como El Calafate.
Esto no implica desconocer la
importancia que lo económico tiene en nuestras vidas, sino tener claro que, su
supremacía sobre lo comunitario es lo que puso a la Argentina de rodillas en la
década pasada, en la que nos dejamos encandilar por los fuegos de artificio de
un modelo de gestión que creció a costa de la disgregación social y de cuyo
fracaso no viene al caso ahora explayarse.
La recuperación de lo público como valor esencial para el buen funcionamiento
de la comunidad implica, como condición sine qua non, la idea de la
recuperación de lo político, como la forma civilizada que adoptamos las
comunidades de ejercer nuestro derecho a construir conjuntamente las respuestas
que el espacio común nos demanda a todos.
Es en esta línea de pensamiento, adquiere
singular importancia, la participación ciudadana.
No como una carga adicional que
se suma a nuestras obligaciones cotidianas, sino como la forma natural de
encontrarnos en la tarea común de ocuparnos de las cosas que nos permitirán –a
todos- vivir en una sociedad mejor.
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